En la costa sureste de la ciudad de Jayapura, Petronela Merauje caminó de casa en casa en su aldea flotante invitando a las mujeres a unirse a ella a la mañana siguiente en los bosques de manglares circundantes.
Merauje y las mujeres de su aldea, Enggros, practican la tradición de Tonotwiyat, que literalmente significa “trabajar en el bosque”. Durante seis generaciones, las mujeres de la población papú de 700 habitantes han trabajado entre los manglares recolectando almejas, pescando y juntando leña.
“Las costumbres y la cultura de los papúes, especialmente los que vivimos en la aldea de Enggros, es que a las mujeres no se les da espacio ni lugar para hablar en las reuniones tradicionales, por lo que los ancianos de la tribu nos proporcionan el bosque de manglares como nuestra tierra”, dijo Merauje. Es “un lugar para encontrar comida, un lugar para que las mujeres cuenten historias, y las mujeres están activas todos los días y se ganan la vida todos los días”.
El bosque está a tan solo 13 kilómetros del centro de Jayapura, la capital de Papúa, la provincia más oriental de Indonesia. Se lo conoce como el bosque de las mujeres desde 2016, cuando el líder de Enggros cambió oficialmente su nombre. Mucho antes de eso, ya había sido un espacio solo para mujeres. Pero a medida que la contaminación, el desarrollo y la pérdida de biodiversidad reducen el bosque y atrofian la vida vegetal y animal, los habitantes del pueblo temen que se pierda una parte importante de sus tradiciones y medios de vida. Se han iniciado esfuerzos para protegerlo de la devastación, pero aún son relativamente pequeños.
Las mujeres tienen su propio espacio, pero éste se está reduciendo
Una mañana temprano, Merauje y su hija de 15 años tomaron una pequeña lancha motora hacia el bosque. Se bajaron en la bahía de Youtefa, rodeada de manglares, y se quedaron de pie, con el agua hasta el pecho y baldes en la mano, moviendo los pies en el barro para buscar bia noor, o almejas de caparazón blando. Las mujeres las recogen para alimentarse, junto con otros peces.
“El bosque de las mujeres es nuestra cocina”, dijo Berta Sanyi, otra mujer de la aldea de Enggros.
Esa mañana, otra mujer se unió al grupo en busca de leña, cargando troncos secos en su bote. Otras tres mujeres se unieron en un bote de remos.
Las mujeres de la aldea vecina, Tobati, también tienen un bosque de mujeres cerca. Las dos aldeas indígenas están a solo 2 kilómetros (1,2 millas) de distancia y son culturalmente similares: hace décadas que Enggros surgió de la población de Tobati. En la seguridad del bosque, las mujeres de ambas aldeas hablan de los problemas que tienen en casa y comparten sus quejas sin que el resto de la aldea las escuche.
NOTA DEL EDITOR: Esta es parte de una serie sobre cómo las tribus y las comunidades indígenas están afrontando y combatiendo el cambio climático.
Por: Noticonexion/afp/efe
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