Entre todo este ambiente, hay un callejón que conduce a una puerta de emergencia de la discoteca, justo al lado de un colmado. Este pasillo fue testigo del tránsito apresurado de heridos y del retiro de cuerpos.
El altar del Jet Set, antes una parada obligatoria para todo el que pasaba por allí, tres meses después parece una fotografía vieja olvidada al fondo de un cajón: arrugada, descolorida y abandonada.
Las verjas ya no sostienen con firmeza los rostros de quienes partieron. Muchas de las imágenes que han caído, yacen ahora en el césped de la discoteca, expuestas a las inclemencias del sol y de la lluvia.
Algunas impresiones aún cuelgan, rotas o arrugadas, con tinta corrida por las lágrimas del clima. Ya no hay mirada viva en esas fotos; parecen perder lentamente la memoria de quienes fueron.
Una copa, todavía colgada en una puerta que no estaba al momento del colapso, provoca en uno de los transeúntes la pregunta: “¿Quién la puso ahí y por qué?”.

Entre todo este ambiente, hay un callejón que conduce a una puerta de emergencia de la discoteca, justo al lado de un colmado. Este pasillo fue testigo del tránsito apresurado de heridos y del retiro de cuerpos.
El establecimiento ubicado detrás del Jet Set no estaba abierto al momento de la tragedia. Sin embargo, el comerciante encargado contó cómo fue para él la noche del 8 de abril.
Vive muy cerca de la discoteca. Se despertó junto a su esposa creyendo que se trataba de un accidente, hasta que comenzaron a escuchar “muchos gritos de agonía y miedo”.
Por la puerta del callejón se dieron cuenta de que la gente estaba desesperada por salir. Contó que esta puerta “la gente estaba rompiéndola”.

Vio a muchas personas heridas y sangrando, mientras tocaba algunas partes de su cuerpo, como la cabeza, el cuello y los brazos, para mostrar las zonas afectadas de los heridos que quedaron grabadas en su memoria.
Lamentó no haber podido ayudar como hubiera querido, debido a un problema de salud, pero su esposa socorrió a algunas mujeres heridas hasta que llegaron las ambulancias, dándoles agua y servilletas.
Recordó con pena a una mujer de la cual no sabe el nombre, pero cree que murió. A tres meses del hecho, aún desea que haya podido sobrevivir. La vio muy grave, con una herida grande en la cabeza, y pidiendo agua.
Esta mujer andaba con una compañera. La esposa del comerciante le insistía en que no se durmiera y que no podía darle agua, por temor a una peor reacción si tenía heridas internas.
El comerciante y su esposa tuvieron que abrir la puerta del callejón con la llegada de los bomberos, rescatistas y paramédicos.
El comerciante se quedó despierto hasta las cuatro de la mañana, pero admitió que no pudo conciliar el sueño. Al levantarse, el lugar era un caos. “Esa calle era llena de gente, de allá, aquí”, relató.
Recordó con una sonrisa que, una de las jóvenes que su esposa ayudó, fue a visitarlos recientemente para agradecerles por el gesto de solidaridad.

Aunque gran parte de los escombros fueron retirados, lo que queda de la discoteca permanece intacto.
Mientras tanto, sigue siendo un lugar sin vida, sin música, sin sentido. Todo lo contrario a lo que fue en los días posteriores al colapso del techo de la emblemática discoteca.
Judicialmente, ya se han dado los primeros pasos: investigación, pruebas, medida de coerción. Pero ahora restan recursos de apelación y un proceso que, para muchos familiares de víctimas o sobrevivientes, es otra forma de revivir el dolor.
Por: Noticonexion/ld